Esta tarde, otra vez, cada pétalo agitó su pañuelo.
Por los tejados ya humea el invierno.
Una carne inflamada de ropajes despide
al tallo verde, y a la rama caramelo.
Guardaremos la sustancia de las flores: una piel
mezclada entre los dedos, como modelada
toda ella de satén. Vestido y muslo, seno y blusón
recogerán sus istmos, sobornados por el fuego,
detrás de los escudos nevados .
Una vez más, con el mismo impulso
el viento, incesantemente de viaje,
jugueteará con las arañas de cristal
y acaso –por momentos- hasta olvide